LA IMAGINACION DEL CORAZÓN

Bajo estas líneas, el relato ganador de Amador Plaza en la Categoría de Creación Literaria, modalidad individual:

 

LA IMAGINACIÓN DEL CORAZÓN

 

De la misma forma que a D. Alonso Quijano se le trastocaron las mientes a fuerza de leer y leer novelas sobre héroes de caballerías, así conocí yo la historia de un hombre que tras sufrir varios años la dura enfermedad de la Parálisis Agitante, más conocida como enfermedad de Parkinson, fue intervenido quirúrgicamente, con un resultado, cuando menos, sorprendente.

Cierto que en algún caso aislado, esta operación llamada “Estimulación Cerebral Profunda” había dado ya alguna sorpresa. Documentado está el caso en que con este mismo sistema, en Nueva York, se trataba de solucionar el problema de un varón que rozaba los 200 Kg. de peso y, sin buscarlo, le devolvieron la memoria olvidada varias décadas atrás.

En el caso que nos ocupa sucedió de tal suerte, que en el transcurso de la intervención, fueron accidentalmente estimuladas otras zonas de su cerebro que las inicialmente deseadas, produciéndose en el paciente un extraño fenómeno, de forma tal que en un primer momento comenzó a mejorar su memoria sobre la etapa de su vida que hacía ya 30 años había dejado atrás, pero el proceso parecía no detenerse y regresó a través de su información genética hasta los verdaderos días en que D. Miguel de Cervantes Saavedra vivía en carne mortal sobre estas mismas tierras.

Este que digo, era un hombre de nuestros tiempos, de estos primeros años del siglo XXI, en los que las Españas de los tiempos de D. Quijote habíanse reducido tanto que escasamente quedaba una, y lo más que tenía ésta de lo que de aquéllas decían, es que si en aquéllas no se ponía el sol, en ésta no llovía nunca, aunque este último invierno haya cambiado radicalmente la tendencia, para poder decir con razón eso de que el tiempo está loco.

Pues bien, este buen hombre, que lo era y así lo aseguran cuantos le conocían hasta ahora, que no debían ser pocos, pues D. Félix trabajó mientras pudo como servidor público en el Excelentísimo Ayuntamiento de su ciudad, por lo que, de forma ordinaria, venía atendiendo del orden de cien vecinos todos los días laborables, a los que, gustosamente, atendía en diversos trámites que, como cada hijo de vecino, todos debemos satisfacer con nuestro respectivo Consistorio, pues como decía, D. Félix Atienza Sasamón era un hombre de probada bondad.

Hay situaciones que uno no ve para determinadas personas. Yo no hubiera imaginado nunca a D. Félix como abuelo, viviendo con uno de sus nietos una tarde de domingo.

Cuando era niño, a D. Félix no le gustaban las tardes de domingo, entonces sólo sabía pensar en que al día siguiente había colegio, escuela decían entonces. Y lo pasaba tan mal que llegaba a sentir verdadero miedo, angustia. Pero … hace ya mucho de eso.

Siempre lo ocultó. Nunca encajó en aquella España de los años 60 un niño varón con una sensibilidad por encima de la media.

Entonces únicamente se valoraban los conocimientos,

Rayaba los 35 cuando él notó por primera vez la bestia que desde entonces le ha ido atenazando hasta llevarle al quirófano ahora que ya eran uno más de los cincuenta los que había celebrado.

El caso fue llamativo, muy curioso, atrajo la atención de todo el mundo durante los primeros meses de su aventura.

Aunque la parte más dura de esta intervención, que es la que interesa a la cabeza, se realiza sólo con anestesia local, el paciente es intervenido con anestesia general para acoplarle una pila que será la que suministre la energía necesaria a los electrodos implantados.

Pues hallábase D. Félix sedado cuando al volver en sí, comenzó a husmear con cara de susto entre todos los atavíos propios de los hospitales en tales circunstancias: goteros, gomas, vías para administrar los contenidos de dichos goteros al paciente, monitores de la presión y el ritmo cardíacos … Y pareciole a D. Félix que estuviera atado, sujeto por tales cordajes a la camilla, que según dijo le pareció a él un altar donde unos bárbaros pretendían sacrificarle en ofrecimiento a sus dioses. Se incorporó repentinamente, y profiriendo gritos más propios de una taberna que de un centro hospitalario, pedía, o mejor dicho, exigía su espada y su armadura.

¡Voto a tal!, -decía- si queréis volver a ver el sol, posadero, más os vale acudir a socorrerme presto, pues traedme de donde estén mis ropas y mi espada o lamentaréis haber nacido. Por Dios que os he de quitar vuestra miserable vida si no atendéis a razones, posadero.

Viéndole en ese estado la enfermera encargada de vigilar la sala avisó inmediatamente al cirujano y éste a seguridad. Entre todos acertaron a suministrarle un calmante que sosegara a la fiera en que se había convertido D. Félix.

Parecía haber vuelto a la normalidad, es decir, al aburrimiento, cuando al hurgarle en las pruebas en la primera revisión médica tras la operación, intentando determinar el nivel cognoscitivo del paciente, comenzó a balbucear y mutándole la expresión, diole por pronunciar cada una de las palabras como si desde un púlpito orara, como si fuera una gran ocasión, como si se tratara de un erudito conferenciante que dominara la materia y sobre todo el lenguaje que manejaba: “Estimados asistentes, su augusta personalidad, no pudiendo asimilar el vituperio y el ultraje a que la implacable realidad le estaba sometiendo, cogió las de Villadiego y privándole de la herramienta del recuerdo, vulgo memoria, le situó en otro orden, para protegerle de las embestidas que a los más avezados da la propia cordura”.

-¿Se encuentra usted bien, D. Félix?, preguntábale inquieta la Doctora encargada de la prueba.

-Sí, sí, sí, -dijo él- no sé… al preguntarme usted el nombre del presidente del gobierno, se me ha venido a la mente la figura de Suárez, como si estuviera gobernando ahora, pero ya se me ha pasado. Algunas veces se me revuelve todo y me dura unos segundos, luego se me pasa.

-Pues habrá que mirarlo, -dijo la doctora-

 

Así que comenzaron a examinarle, médicos y más médicos, y tras preguntarle por todas las cuestiones psíquicas, físicas, escatológicas e incluso las que no están en los protocolos, no consiguieron determinar la causa de aquellos brotes de imaginación.

La operación, desde el punto de vista de la sintomatología del Parkinson, había sido todo un éxito. Pero ¿cómo reconocer que entre los efectos secundarios de la intervención, se producían trastornos de la personalidad tan graves como la pérdida de la identidad?.

Resultaba sorprendente ver a D. Félix siendo alguien completamente distinto cada vez que te cruzabas con él, parecía el caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

Una de las personalidades más repetidas en estos sucesos fue la de D. Quijote de la Mancha, nadie sabe porqué, pero lo curioso del caso, no es que él estuviera convencido de ser quien decía ser, sino que la forma de hablar, los conocimientos inherentes a la personalidad suplantada, los manejaba con verdadera soltura. Esto es lo que científicamente más desconcertó, pues es fácil de entender que la cabeza de alguien deje de funcionar correctamente y él se crea Napoleón, como tantos y tantos. Pero que aporte repentinamente datos contrastados por la historia con tanta naturalidad que parecían propios, incluso la forma de hablar, la lengua. Dominaba incluso el verso, pero no una simple rima en asonante, para salir del paso, sino una rima del más puro estilo barroco, que él componía según hablaba en versos endecasílabos.

Un valentón de espátula y gregüesco,

que a la muerte mil vidas sacrifica,

cansado del oficio de la pica,

mas no del ejercicio picaresco,

retorciendo el mostacho soldadesco,

por ver que ya su bolsa le repica,

a un corrillo llegó de gente rica,

y en el nombre de Dios pidió refresco.

«Den voacedes, por Dios, a mi pobreza

-les dice-; donde no; por ocho santos

que haré lo que hacer suelo sin tardanza!»

Mas uno, que a sacar la espada empieza,

«¿Con quién habla? -le dice al tiracantos-,

¡cuerpo de Dios con él y su crianza!

Si limosna no alcanza,

¿qué es lo que suele hacer en tal querella?»

Respondió el bravonel: «¡Irme sin ella! »

(Quevedo)

 

Cuando más desorientados se hallaban en la investigación de las causas de tan curioso caso, y el pronóstico parecía incluir este caso entre tantos otros que permanecen sin resolver, pues el conocimiento humano es bastante más limitado de lo que creemos, asistiendo a una sesión de psicología, una sesión de rutina a la que acudía D. Félix de ordinario como una más de las terapias que recibía de la Asociación de su patología, de la que era socio mucho antes de su operación, la psicóloga de la Asociación supo acertar a poner nombre al caso de D. Félix. Se trataba de un problema de desinhibición de su personalidad.

Es decir, que todo funcionaba correctamente, el único cambio en su personalidad creado por la intervención quirúrgica fue que D. Félix perdió de algún modo tanto remilgo como antes tenía. Le perdió tanto respeto a la forma de manifestarse, en realidad, más que respeto era miedo lo que había sentido toda su vida por lo que pudiera pasar si daba rienda suelta a sus sentimientos.

A través de ese mecanismo, cada vez la imaginación le alejaba más de la sencilla realidad.

O sea, que todos aquellos episodios de verborrea culta, de castellano antiguo, de hablar en verso, eran cualidades que D. Félix siempre tuvo y reprimió por no parecer pedante, o qué se yo.

En fin, D. Félix, pudo desarrollar su capacidad creadora sin complejos, escribió algunas novelas con bastante éxito y se dedicó a lo que siempre le había gustado que era viajar por todo el mundo.

 

Autor: Amador Plaza Diez